Sería tan loable cuanto difícil –pero no arriamos la esperanza- que salieran a la palestra, vigorosos y arrojados, los "Católicos por la Verdad", dispuestos a proclamar los derechos de Dios, a abrir de par en par las puertas a Cristo, a restituirle el culto debido a Nuestro Señor, a tañir campanas, desempolvar los cálices y turíbulos, y a procesionar el Santísimo por las calles de las ciudades empanicadas y lúgubres, para llevar la única fuente de Vida y de Salud que ha sido descartada.


  Católicos por la Verdad, que sepan castigar a los obispos felones, clausuradores de seminarios, glorificadores de travestis, encubridores de la contranatura, propagandistas de la apostasía, fautores de sacrilegios y pringosos de herejías múltiples; encolumnados todos, para su perdición y la del rebaño que arrastran, tras el magno tunante idólatra. El que ha hecho de la Cátedra de la Verdad una boca de fuego, azufre y humo, a todas luces semejante a la que anuncia en el capítulo noveno del Apocalipsis el Vidente de Patmos. ¡Ay! de quien ha convertido la Roma de Pedro en una cueva de ladrones (Ls. 19,45-48). Y ¡ay!, con ayes que se suman y agregan y multiplican, para los que han perdido la Fe y la batalla sagrada en su custodia. Derrotados están, sin gloria, sin honor y sin decoro. Y lo peor: llamando triunfo a su defección cobarde y ruinosa.


  Todos por la Verdad, es la consigna de esta hora limítrofe, caudalosa de signos parusíacos y aromada de ultimidades. Todos por la Verdad. Tanto más cuanto ha sido crucificada, sepulta y resucitada. Y por eso mismo, nos permite impetrarle de este modo contrito, esperanzador y laudante: 


  

Tendido, horizontal, sangrante y plano,


te recibió el sepulcro entre estertores,


eran todos los rostros pecadores,


y el tuyo yerto, bonaventurano.



Todavía llevabas en la mano


de la llaga mamante, los dolores.


Todavía eran tuyos los sabores


del vinagre y la sed: la trilla al grano.



Yaces, Señor, en esta tierra impía


alguna vez alcázar de Tu nombre


mudada en la más ruín alevosía.


 


Regresa a dar la última reyerta


seremos puños que la patria escombre,


lanza que pugna aunque la vieron muerta.


Antonio Caponnetto

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